Hablar de sexo en el salón de clases

Incorporar el género y la sexualidad en el currículo de 5to Grado

By Valdine Ciwko

Translator: César Peña-Sandoval

Illustrator: Caroline Neumayer

Mis estudiantes de 5to grado están reunidos en el área de la alfombra. Estoy vestida como una campana gigante púrpura con una peluca oropel y zapatos brillantes de El Mago de Oz. Hay gatos y piratas y demonios horribles a mi alrededor. Es el día de Halloween y estamos explorando el poder metacognitivo de hacer preguntas al leer.

Leo en voz alta The Philosophers’ Club [El club de los filósofos] de Christopher Phillips (un libro maravilloso para niños sobre como hacer preguntas importantes de manera significativa) y generamos preguntas: ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? ¿Qué es la filosofía? ¿Qué es la violencia? Estos chicos son fantásticos para preguntarse acerca del mundo en el que están entrando como pre-adolescentes púberes. Las grandes ideas generan más preguntas y los niños hacen todo tipo de preguntas. Yo leo: “¿Es posible ser feliz y triste al mismo tiempo?”. Y una voz pregunta:“¿Puedes cambiar de ser un chico a ser una chica?”. Quizás sea a causa de la peluca oropel, o del carácter fantástico del día, pero no hay carcajadas.

De repente, mi mañana se hace mucho más interesante.

Podría haber ignorado la pregunta, pero es una pregunta justa e importante, y merece una respuesta justa e importante.

Como maestros tomamos decisiones todos los días: el contenido que mantenemos en una lección y el que descartamos; a lo que le dedicamos tiempo y lo que ignoramos.

“Bueno, si, una persona puede cambiar de ser chico a ser chica, pero no es como si alguien se despierta una mañana y dice: ‘Oye, creo que hoy voy a convertirme en una chica’”.

Abriendo una discusión sobre las personas transgénero

Y así comienza la discusión acerca de las personas transgénero. Empezamos a hablar de lo serio que sería una decisión así, de cuán difícil debe ser estar en el cuerpo equivocado y como esperaríamos que hubiese gente a nuestro alrededor que nos aceptara por quien realmente fuésemos. Tengo un buen amigo que entró en mi vida como mujer, pero ahora es un hombre y es muy activo en el ámbito de las políticas transgénero. Le digo a los estudiantes que si mi amigo viniera de visita, no tendrían ni idea de que él no siempre fue “él”.

Hablamos acerca de cuánto tiempo puede durar el proceso. Mi amigo no tomó la decisión de la noche a la mañana. Su vida como adolescente había sido un infierno. Se había ido de casa a temprana edad, intentó suicidarse y vivió una vida muy errante. No fue hasta que estaba a punto de cumplir 30 años que se fue a Vancouver y finalmente hizo la transición.

De repente, una pequeña pirata en el grupo empieza a comentar que ella también conoce a alguien que antes fue una chica, pero ahora es un chico – un amigo de la familia allá en su país natal, El Salvador. En un inglés aún vacilante explica que el mayor problema que tenía eran sus senos, y que tenía que vendárselos para aplastarlos. Lo que es aún más sorprendente es que ninguno de mis estudiantes de 9 a 10 años se ríe al escuchar “senos”, lo que en circunstancias normales les habría hecho caerse de la risa. Al contrario, ellos preguntan:

“¿Qué tuvo que hacer?”

“¿Le dolía?”

“¿Fue difícil?”

“¿Sus amigos siguieron siendo sus amigos?”

“¿Qué dijo su familia?”

“¿Puedes contarnos?”

“¿Tiene pene?”

“¿Tiene una barba?”

Y lo que empezó como una lección de lenguaje se convirtió en una lección de vida. 

Sentirse cómodo enseñando sobre sexualidad y género

¿Podría ocurrir una discusión como esta, así como así, en cualquier salón de clases? Ciertamente la pregunta podría haber surgido, pero yo diría que la discusión no. Y es una lástima. Es una lástima para los estudiantes en nuestras clases que están cuestionando, tratando de descubrir quiénes son y cómo encajan en este mundo. Tenemos que abrir las puertas para hablar del género, de la sexualidad, de la identidad sexual y de aceptar a las personas por quienes son.

Pero hay muchas barreras que se interponen en el camino: el miedo a que uno de los padres vaya a presentar una queja. El temor a cruzar algún límite de las creencias religiosas, el temor a no saber todas las respuestas, el temor a desviarse del plan del día, el temor a desviarse del currículo.

Una razón por la cual fui capaz de liderar este debate fue que el año anterior, un grupo de educadores trabajaron con la Mesa Directiva de las Escuelas de Vancouver para elaborar material didáctico que abordara los nuevos resultados de aprendizaje sobre la pubertad. El material se llama Growing Up: Teaching Sexual Health [Crecer: enseñar la salud sexual]. Cuando un volante anunció un curso de desarrollo profesional de dos días para maestros de 5to grado, me inscribí. Fui parte del grupo piloto para probar los materiales en mi salón.

Fue un año muy interesante. Invité a dos voluntarios de Options for Health [Opciones para la Salud] (una organización sin fines de lucro que fue parte del proceso de planificación del currículo) para venir a trabajar conmigo y con mis alumnos. Aproveché la oportunidad para que ayudaran a enseñar una sección del currículo sobre el sistema reproductivo del cuerpo humano. Durante nuestro tiempo en grupos pequeños, un estudiante preguntó cómo el pene y la vagina se encontraban. Tara, una de las voluntarias de Opt-Ed, abordó el tema de manera concreta y sucinta, y el trabajo en grupo continuó.

Al día siguiente mi directora se acercó a mí. Un padre había llamado preocupado por lo que “la enfermera” le había dicho a los niños el día anterior. Le informé lo que había pasado y recordé lo que aprendí cuando estaba en 5to grado en Winnipeg. O, mejor dicho, lo que no aprendí. En “Educación Sexual” escuchamos como se hacen los bebés por el encuentro del óvulo con el espermatozoide, y que una vez que te haya venido la regla puedes quedar embarazada. Desafortunadamente, dejaron a un lado los detalles clave -¿cómo se encuentran estas pequeñas cositas en primer lugar? Estoy segura que no fui la única niña que quedó confundida sobre el embarazo, la única que se preguntaba si sucedía al besarse, o si un hombre te tocaba mientras tenías la regla, o qué. Mi directora, una mujer de una edad y escolaridad similares, había tenido la misma experiencia. Después de reírnos sobre la ignorancia de nuestros tiempos, mi directora estuvo de acuerdo en responder a la madre. Tuve suerte. Tenía una directora que me apoyaba y creía en lo que estaba haciendo con mis alumnos. Más importante aún, lo que se enseñaba estaba dentro del currículo, por lo que no existía ambigüedad acerca de si se debían realizar este tipo de discusiones. Aquí en British Columbia los padres pueden elegir que sus hijos no estén presentes en estas clases, pero deben proporcionar un plan calendarizado sobre como van a enseñar este aspecto del currículo.

Para mi, fue importante que este estudiante llegara a su casa y hablara de lo que había aprendido durante el día, algo que su madre lamentaba que rara vez sucedía. Sin embargo, el estigma que rodea las conversaciones sobre el sexo significó que esta madre, que no dudó en preguntarme como ayudar a su hijo en matemáticas o lectura, no pudo hablar conmigo directamente sobre este aspecto particular de su aprendizaje.

Más allá de “la charla” de pubertad de la enfermera

Debido a que incorporé la educación sobre la salud sexual en mi planificación semanal en vez de invitar a la enfermera un día de primavera para tener “la charla” con las chicas, mientras que los chicos tenían “la charla” con algún valiente profesor de sexo masculino, mis estudiantes desarrollaron confianza en hacer preguntas sobre las cosas que querían saber o que les daban miedo. También desarrollaron una actitud saludable hacia hablar de temas sexuales con toda la clase presente.

Por ejemplo, un listado de términos y definiciones de palabras sobre partes del cuerpo masculino y femenino se convirtió en una actividad rigurosa para toda la clase. La enfermera de la escuela me había dado un buen consejo: al hacer actividades con palabras o imágenes sensibles, es útil que los estudiantes trabajen juntos en el suelo. Tal vez es porque no se deben enfocar en una pantalla o un pizarrón, tal vez es la capacidad de trabajar más juntos que en las mesas o los escritorios lo que facilita la tarea, pero parece funcionar. Los estudiantes se dividieron en grupos y se les dio un tiempo para que conectaran las palabras con las definiciones. Comenzaron a trabajar inmediatamente y no, no podían usar el diccionario, sino tenían que discutir y llegar a la mejor conclusión. Al puro estilo de 5to grado, el espíritu competitivo se impuso ante cualquier tipo de vergüenza que podrían sentir sobre las palabras. Tengo que reconocer que tuve que cerrar la puerta de mi salón de clases al darme cuenta que los gritos de “clítoris… clítoris… clítoris… ¡sí!” podrían ser malinterpretados por un transeúnte desinformado.

A principios del año dejé en claro que no hay preguntas sólo para chicas o sólo para chicos, que es importante que cada uno entienda lo que le está sucediendo al otro. También invité a los estudiantes a escribir de forma anónima las preguntas y depositarlas en la Caja de Preguntas. Las leí semanalmente. A esta edad, la mayoría de las preguntas vinieron de las niñas. Habían preguntas obvias como: “¿Cómo se forman los bebés?” “¿Duele cuando te viene la regla?” “¿Está bien tener la regla cuando tienes 10 años?”. Y luego una que se destacó: “¿Las películas de YouTube son un buen sitio para aprender sobre la pubertad?”.

Lo que aprendí de aquel año del plan piloto fue lo mucho que los niños quieren y necesitan saber. Y cuán temerosos se sienten tanto los profesores como los padres al hablar sobre el sexo. Tristemente, muchos profesores le dejan “la charla” de la pubertad a las enfermeras. Y si nosotros como educadores aún no estamos dispuestos a tener conversaciones abiertas y francas sobre la pubertad, los cambios corporales y el sexo, ¿cómo podrán los niños llegar a hablar sobre la sexualidad?

Y si las conversaciones de la pubertad sólo se centran en la procreación dentro del marco heterosexual, ¿qué pasa con los estudiantes que ya están empezando a darse cuenta que quizás no encajan en ese molde? Si la “vida familiar” y la sexualidad sólo se presentan dentro de los confines de la heterosexualidad, si no abrimos nuestro lenguaje para incluir los sentimientos que pueden sentir todos nuestros estudiantes, por omisión estamos diciendo que todo lo demás no es normal. Si los estudiantes no nos escuchan decir las palabras “gay”, “lesbiana”, “transgénero” y “cuestionando” cuando estamos hablando del desarrollo sexual, ¿qué mensaje les estamos enviando?

Entonces, ¿cómo es que el siguiente año mi clase se enfocó en una seria discusión sobre el género en octubre? Todavía no había empezado mis lecciones formales de salud. Mi carta a los padres explicando mis planes de enseñar educación sexual todavía estaba en modo borrador en mi computadora. Me sorprendió que estuviéramos en medio de una conversación tan abierta tan temprano en el año, pero yo también estaba preparada. Las preguntas que tienen nuestros estudiantes no están estrictamente separadas por las categorías de matemáticas, ciencias sociales, ciencias naturales o salud. Sus preguntas vienen cuando vienen. Y mis experiencias el año anterior me habían dejado segura y lista para esta conversación. Tal vez por eso sucedió.

Los estudiantes de 5to y 6to grado están ansiosos por aprender cosas nuevas. Los días que la “salud” apareció como tema del día fueron algunos de mis mejores días de enseñanza. Las conversaciones que tuvimos fueron honestas y cordiales. Para muchos, estos eran temas que probablemente no podían discutir en casa. Y lo más importante de esas lecciones semanales fue que hicieron que los temas de género y sexualidad surgieran en cualquier momento del día, como en esa mañana de Halloween durante una lección de literatura común y corriente. 

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Cesar PeÐa-Sandoval